Mis "tres" caminos

 En mi primer camino el contexto era simple y atrevido. Sin saber muy bien por qué, caminaba por aquel empedrado, mochila a la espalda y con la vista distraída en aquel paisaje que tan poco conocía. Las peculiares casas, la vegetación a mi lado, y otros tantos como yo que me acompañaban en silencio. Hacía el frío justo para estremecer mis articulaciones, pero apoyado en un bastón no sentía que caminar fuera un problema, ni parte de una odisea. Crucé alguna mirada con otros peregrinos, pero no encontré el momento de lanzar ni una sola palabra. Me dejaba llevar, dejando las dudas a un lado y sin tener muy claro ni el principio ni el final.


En mi segundo camino cambié la estrategia. Decidí, quizás embriagado por el encanto de la zona de otros viajes, embarcarme hasta Santiago desde Vilalba en una aventura de ocho días. Un tiempo que abarca los más de cien kilómetros necesarios para que al terminar mi Camino pueda pedir la Compostelana. Mi ropa es deportiva, unas buenas botas, y una mochila cargada con tres mudas y un bañador. Visible, amarrada a mi cuello, la Concha del Peregrino. Acreditarme cada día con la Credencial del Peregrino gracias a mi teléfono móvil resulta fácil. Desde la propia Vilalba a Baamonde, donde me crucé con el castaño milenario. De allí a Miraz, absorbiendo con mi mirada aquel bosque de robles tras los que se esconden las preciosa San Breixo de Parga. El cuarto día llegué a Sobrado Dos Monxes, ya en la provincia de A Coruña. Arzúa, donde me encuentro con otros peregrinos del Camino Francés, y entre queso y miel compartimos nuestro viaje, sonrisas y abrazos. Con el susurro de los arroyos y rogando en Santa Irene que se curen mis heridas en los pies tras tantos días. Finalmente, de Amenal a Santiago de Compostela, a la oficina del Peregrino, donde tras entregar los sellos de cada albergue corrigen mi verborrea para que no vuelva a llamar Compostelana a la Compostela. Y como premio, tras la Catedral y encender una vela al Apóstol Santiago disfruto de una mariscada.


Mi tercer camino fue poco después. No había encontrado sentido alguno en hacer el primero, me informé demasiado para el segundo, pero el tercero es el que necesitaba sin darme cuenta. Había pasado a un segundo plano el atuendo necesario, tener clara la ruta o marcarme el objetivo ya anteriormente cumplido de tener mi Compostela. No me importaba la zona geográfica desde la que partiría, pues el que necesitaba encontrarse era yo mismo. El Camino, entendido como algo más superlativo que un sendero, una fotografía o un reto físico. La manera de evadirme de la ansiedad del día a día, de los problemas que creemos nos agotan la vida, de la persona que no quiero ser. Ese era el punto de partida. El Camino esta vez fue completamente diferente. Mientras mis pies parecían seguir de forma lenta y continuada la ruta a tomar, esta vez los ojos no solo se iban a la belleza natural, al GPS o a los carteles, si no que se inundaban de la paz de un riachuelo, del sonido de otras pisadas a mi lado, y encontraba en miradas ajenas una complicidad que antes me costaba percibir. Cuando llegué al Pórtico de la Gloria de la Catedral me sentí como una persona nueva, llena de vitalidad, solidaridad y amor. Esta vez el Camino no había sido un simple desplazamiento, me había cambiado. Y fue el mejor de todos.


Estos son los tres Caminos de Santiago en mi imaginación. Desde la idea inicial, la búsqueda de información, llegando al sentido espiritual del mismo, su gran valor. Ahora, tras escribir estas palabras, siento que soy un peregrino que desea hacer sus pensamientos realidad.